martes, 20 de abril de 2010

El mundo en el que...

En 8 días 11 viajes, de aquí para allá, casi 4.000 kilómetros entre avión y helicóptero viendo mundo, viendo seres humanos. De León a Ceuta pasando por Madrid, por Málaga y por Zaragoza. Y me ha llevado a dar dos conferencias.

La primera para niños de 11 y 12 años, les hablé sobre la historia, de los soñadores, de inventores, de personas que mejoraron el mundo en el que vivían. Fue una experiencia fantástica, estuvieron atentos, participativos, divertidos, fascinados, entusiasmados. Eran todo alegría, colaboración, imaginación… fue una experiencia fantástica.
Nada más concluir la charla viajé a mi siguiente destino, tenía que dar una conferencia para estudiantes de periodismo. Eran jóvenes de 22 de 23 años, del doble de edad que los anteriores. Cuando llegué a la sala el habitáculo estaba a reventar, hablaba todavía el anterior conferenciante, un conocido periodista deportivo que les estaba hablando a los estudiantes de fútbol y de la mala que es la gente de la prensa del corazón.
Acto seguido tomé la palabra, mi misión era hablarles de periodismo e historia y de cómo la información sobre las cosas que han sucedido en el pasado es mucho más importante de lo que se imaginan. Entre charla y charla salieron despavoridos más de la mitad de los asistentes, como si el tema no fuera con ellos y eso que la conferencia versaba sobre el tema para el cual estaban estudiando: sobre cómo enfrentarse al periodismo, a la honestidad, al compromiso de convertirse en comunicadores.
Salvo un pequeño puñado de excepciones, que las hubo y buenas excepciones afortunadamente, salvo ellos encontré hastío, desinterés, aburrimiento, silencio hasta contagiarme.

Al salir, y comparando ambas charlas, recordé la frase de Platón: “Fácilmente podemos perdonar a un niño temeroso de la oscuridad. La gran tragedia de la vida es cuando los hombres tienen miedo de la luz” y pensé que se habían invertido los términos, que en realidad aquellos niños están en la luz y los hombres, los adultos son los que se han metido en la oscuridad del desinterés y el hastío. A medida que crecemos el sistema nos absorbe, nos absorbe todo de pies a cabeza.

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