sábado, 16 de junio de 2012

Crisis inmobiliaria en época romana. (Parte 1)

Tal vez resulte difícil hacer una comparación entre la actual crisis y las que se dieron en la antigüedad. Sería lógico pensar que no tendríamos que echar mucho la vista a atrás para realizar una comparación idónea ya que las crisis más antiguas se caracterizaban sobre todo por falta de alimentos y carestía por tiempos de guerra o malas cosechas.
Ahora bien afirmar la existencia de especulaciones del mercado en la Edad de Bronce ha sido aceptado por todos los historiadores. Por tanto debemos de partir desde la Edad del Bronce y analizar el nacimiento de una economía monetaria cercana a nosotros para realizar la comparación.
Así, pasada la Monarquía y la República romana, nos encontramos en los primeros años del Principado, en concreto en el año 33 d.C., con el “Crack del año 33” denominado de esta forma por el profesor Olesti Vila.

Para analizar este crack partimos de que durante la República romana se practicaron muchos préstamos usurarios (con intereses abusivos), unos préstamos a los que las Leyes de las XII Tablas y el propio Julio César intentaron poner freno pero no pudieron. Habrá que esperar al emperador Tiberio, que estuvo en el poder desde el año 14 al 37 d.C., el cual otorgó un año y medio para que estos préstamos usurarios desaparecieran. Los prestamistas, entre los que se encontraban muchos senadores, se dieron prisa en cancelar los préstamos exigiendo al prestatario su cumplimiento y así empezar de cero sin incumplir la ley. Pero no fue todo tan fácil, y el sistema se colapsó. No existía dinero para pagar y los prestatarios se obligaron con respecto a deudas mayores. Esta falta de dinero produjo que el propio Princeps debiera introducir dinero suyo para evitar la paralización de la economía de Roma. El miedo de los acreedores a no ver satisfechas las deudas les llevó a vender numerosos bienes, tanto muebles como inmuebles, y esta enorme oferta llevó consigo una bajada enorme de los precios.

(Todo esto viene recogido en los Anales, 6, 16-17 de Tácito y en la biografía que Suetonio le dedicó a Tiberio, 48).

No es posible por tanto otorgar la autoría del problema a Tiberio, el cual únicamente quiso dar una solución a la injusticia de los préstamos usurarios, sino que se ha de atribuir a todos los que permitieron esa situación desde que comenzó.


Esta crisis, a su vez, llevó consigo la agudización, como dice el historiador Ignacio Monzón, del crónico entuerto inmobiliario que generaba la Vrbs (Roma), ya que no solo era capital del imperio, sino también la ciudad, la urbe más poblada de Europa y de las mayores del planeta. Albergaba, más o menos, entre 800.000 y 850.000 habitantes superando en demasía la cifra máxima que alcanzó Atenas en su época de esplendor (90.000). Esto es así ya que Roma (en adelante la Vrbs, como la conocían los romanos) era sede económica, política y judicial de un imperio de varios millones de kilómetros cuadrados, y lógicamente, la mayoría de las personas que se encontraban sometida a ella, ya de iure ya de facto, querían establecerse en la Vrbs.

La superficie de la Ciudad de las Siete Colinas era amplia pero no tan amplia como para permitir que todos sus habitantes vivieran en “domus”, casas con patio central. Este problema del espacio horizontal fue solucionado con la construcción vertical, generando la situación de que la inmensa mayoría de la población viviese hacinada en edificios de apartamentos llamados “insulae” cuya construcción iba desde las obras de arte (como la insulae Fericles) -eran las de menos- hasta extremos de auténtico peligro -eran las de más- como narra Juvenal en sus Sátiras, III, 190 y ss.

No hay que caer en los errores históricos contemporáneos que infunden series televisivas y películas cinematográficas como son imaginar que la Vrbs era una ciudad llena de mármol y monumentos, ya que estadísticamente hablando, en la Vrbs abundaba el mármol y la madera muchísimo más que el mármol. Gente de nombre vivió en estas insulae, Juvenal o el bilbilitano Marcial.

Al principio la altura de estas insulae eran 3 alturas, aunque con el paso del tiempo fue aumentando, y dada la inadecuación del material y la técnica se produjeron numerosos derrumbes, como así narra Tito Livio. Tácito en sus Historias (2, 71), Aulo Gelio en su obra Noches Áticas (XV, 1, 2) o Marcial en sus Epígramas (I, 117, 7) afirman que Augusto limitó la altura máxima a 70 pies – 20 metros actuales-, sin embargo Trajano años más tarde lo recortó a 60 pies – 18 metros- como dice el Digesto (XXXIX, I, 1, 17) y el Código de Justiniano (VIII, 10, 1).
También se legisló el material que debía usarse y el grosor, pero el afán de lucro hizo que los constructores no lo respetasen y como decía Cicerón: “Los romanos vivían suspendidos en el aire” (de Legibus).

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