viernes, 9 de septiembre de 2011

Microrrelatos I

Cuando despertó vio como el árbol, el cual era una jacaranda, que tenían en el portal comenzaba a abrirse paso entre el suelo de su habitación en el piso nono. Cerró los ojos creyendo que habría sido fruto de su inconsciente, la noche anterior se la había pasado leyendo a Freud y pensó que tal vez eso le habría ocasionado una alteración en su correcto campo de visión. Sin embargo al volver a abrir los ojos se dio cuenta de que la jacaranda ya medía un metro y setenta centímetros desde el suelo de su habitación hasta la copa.
Se cambió rápidamente y al terminar de cerrarse la gabardina de color beige que tanto le recordaba a uno de esos personajes de novela policíaca, y nada más ponerse su sombrero traído expresamente desde el sur de Alemania decidió que iba a bajar a la calle utilizando el árbol que había nacido en su habitación.

Cuando bajó al octavo piso se encontró a su vecino de abajo y a su hijo, conocidos por él sólo de oídas, que estaban en medio del salón como intentando jugar al escondite, o eso pensó nuestro protagonista. Pero la verdad es que ambos, enfundados dentro de un traje militar propio del siglo XIII ó XII a.C., estaban recreando la batalla de Aquiles y Héctor ante la puerta de la fastuosa muralla de Ilión. Padre e hijo, singular de la opera prima de Turgénev, no desperdiciaban su principal característica y dote, la inmortalidad y dada su afición al arte de Clío no dudaban en recrear conocidos binomios bélicos siempre partiendo de un estudio científico detallado para no incurrir en la ilegalidad histórica que, pensaban ellos, tantos errores había traído a su sociedad hodierna.
Analizados todos los detalles por parte de nuestro protagonista diose cuenta este de que había descendido desde su habitación al salón del vecino de abajo, o más bien a las ignoradas tierras de Asia Menor que yacían bajo su cama, sin ningún tipo de calzado alguno. El vecino le ofreció el suyo propio o que acudiese a su cuarto donde encontraría todo tipo de escarpines, borceguís, almadreñas, chinelas y coturnos. Sin embargo cuando entró en donde, en teoría, debían estar todos estos solo encontró zapato militar y no tuvo más remedio que calzarse un par de escarpes con espuelas que iban acompañados de sendas grebas y quijotes.
Entrando en el salón vio un mar de sangre en el suelo mientras Padre e hijo se encontraban ahora disfrazados uno de Kruschev otro de Kennedy, cada uno sentado en su correspondiente mesa con su silla de cuero de gran respaldo que permitía acomodar la cabeza como un lord inglés. Incompresiblemente habían pasado de disputar una lis bélica a una lis dialéctica.
Nuestro protagonista se despidió de la familia con grandes honores debidos a alguien que te recibe con hospitalidad y te facilita lo que precises para continuar el camino. Cuando ya se encontraba en el árbol para bajar al siguiente piso su mente se encendió y le apareció un pensamiento que no acababa de entender, se sobresaltó.

(Continuará...)

1 comentario:

  1. Bien, Nicias, aquí hay buena materia. El final me gusta, y ya se ve que vas por la vía surrealista, con humor, ¿no? Creo que habría que limar el texto en cuanto a algunos asuntos de puntuación y de condensación de las ideas, para que tenga más impacto. Buen vocabulario. Cuando quieras, nos vemos y comentamos. Saludos.

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